jueves, julio 16, 2015

Don Anselmo, el cultivador

  
En este tiempo oscuro
trabajo duro. Vida dura.
Ahora solos quedan
la silla, la hamaca y el bastón
testigos de tu lucha para vivir
y entre ellos sigue la conversa
como nube flotando pero
aleteos de aires inquietos llevan
espigares y hojeares de maíz
que solo quieren vivir



El silencio aliado con el que se marcha
para hacer aún más silente su partida y
el viento moviéndose nervioso agita a
los árboles que en sus copas retienen
el mensaje que forcejea para zafarse
volar a entregar su noticia contenida
pero en esos aires inquietos
suenan penas como quejidos
¡qué vaina! ¡pero, qué vaina!



Y una hoja doblada pero aún viva
de maíz se extiende sobre esta tierra
cada vez más seca y agria para cultivar
pero otras de vuelos vivos envainando
jojotos tiernos y maduros ascienden como
cometas buscando las dimensiones azules
es el cultivador buscando donde no haya
tierras que padezcan de aridez y acritud
y de ellas pastoreando rebaños de nubes
su lluvia fertilizadora hace caer para
mitigar ésta sed tan milenaria de la tierra.
Y sigan los surcos de plantas vivas de maíz
¡qué se eleve la vida en manos agricultoras!

Pero es inevitable que los conucos de maíz tan amorosamente cultivados eleven sus hojas teñidas de pesares por la ausencia de manos cultivadoras, pero también esas mismas hojas habrán de alzar en vuelos sus espigas de alegrías que atenúen la pena, anunciando que siempre habrán manos recolectoras de jojotos, de vainas de granos, chirimoyas. Y otras, junto a las mismas manos, para amasar la masa para las cachapas y cocer los granos. Porque la labranza de tierras habrá de continuar bajo el influjo de sus fuerzas vitales.

Y el arrendajo tan hábido imitador de cantares de pájaros guarda silencio, y sus ojillos amarillos inquietos otean los horizontes ante la tardanza de los inviernos. Y también los cantos de chicharras, ahondando el silencio. Y el cigarrón con su compañera no quieren salir de su cueva, mirando el acontecer desde su penumbra. Y allá, cerca el correr de la quebrada caudalosa, aminora como un lento adagio, su canto rumor de aguas, un tanto melancólico. Y son pausas que llaman a mirar el camino por dónde van los pasos del cultivador, quién después de tanto lucha por mantener en pie su vida, ahora, obligado debe marchar a otras tierras aunque azules. Y ¿volverá junto a los inviernos para seguir sembrando?


Y él, con ellos piden al viento sus emisarias brisas para que acarreen las lloviznas de rocíos que atenúen la aridez y acritud de la tierra, y así, los surcos puedan seguir fértiles, para que cuando vuelvan los inviernos los plantíos continúen sus cosechares de maíces tiernos, y se aviven las esperanzas de que no faltarán las cachapas. Pero ¿vendrán también las manos del cultivador? Y de esta manera los tantos anhelos que al viento lanzó el cultivador seguirán siempre vivos.

Y los conucos están mustios
sus espigares contemplan en silencios
y los pericos no comen las mazorcas
solo parecen contemplar el danzar
de las espigas por el soplo de las brisas
¿habrá la tan esperada cosecha?
pero tercos perviven las plantas de maíz
de quinchonchos y de caraotas con florecitas lilas
que esperan los inviernos que él llamó con tanto ardor
y sus manos con grietas semejando a surcos de la tierra
emanan anhelos de cultivo de esos conucos de su corazón
y allá en el quieto rancho como esperando flota en ondas
aquel pillar de polluelos de pavos y gallinas picoteando la tierra



Pero tierras, pájaros y conucos, cuéntenos ¿qué ha pasado? Rebelión en los surcos porque el apasionado cultivador de tierras feraces suspende su azadón, aunque su gran amor, la naturaleza, está con él; el contador de cuentos de arrendajos que imitan al canto de otros pájaros y el de aparecidos en carreteras para apurar a los viajeros, deja en el aire su voz; el quién ensilla el burro, bajo el alba, por su trocha acostumbrada se va a cultivar al conuco; el que mira hacia la enramada para oír el canto florido del turpial porfiando con los silbidos del azulejo; aquél caminante de bastón de palo, su fiel compañero en su andar, que de tanto uso ha grabado las huellas de sus manos; el del rezo oportuno con la ramita medicinal para curar dolencias; el padre y el abuelo de  muchos nietos, hoy sereno, mirando largo su conuco, con su acostumbrado sonreír, viaja entre los hojeares de maíz de sus plantares, cultivados con tanto amor. Y se fue a unirse a su compañera Julia, otra fruticultora de conucos de la vida.



Y el derecho inviolable a la vida, obliga preguntar ¿por qué les cortaron sus ganas de vivir? ¿Quién impone dictadura voluntad contra la voluntad de amor del que solo quiere vivir su ciclo de vida? Denuncio, rechazo, acuso ante el tribunal de la verdad, del amor, de la justicia y de la belleza, a aquél o aquellos que solo existen para romper los ciclos de la vida, atentando infraganti contra ese derecho. ¿cuándo cesar la violencia cualquiera que ella sea? Algún día vendrá la sentencia!

Don Anselmo
cultivador de tierras y sueños
bajo aquellas lunas menguantes
y crecientes hacia plenilunios
el contador de cuentos con divertidas ocurrencias
el de manos sanadoras con pasión de entrega
el gran conversador para entretener las noches
el padre de queridos hijos y abuelo de tantos nietos
él humilde como barca de madera sencillamente
leva anclas navegantes hacia regiones azules
pero ¿hasta cuándo el exilio de seres que amamos?
¿por qué se les obliga partir violentando su voluntad?

Y Don Anselmo, amigo querido, quién me arrancó tanto reíres, y también ríe con mis embustes, permítame aprovechar tú obligado viaje para pedirte con ardor que lleve mi saludo de amor a tú fiel y amada Julia, a mi querida madre Carmen Susana, y a tantísimas madres que antes que tú tuvieron también que partir: inmenso nido de madres que ahora es tú reino. Sé que en los inviernos tardíos seguiremos conversando.