Y le ocurrió a un hombre que no es de este tiempo, pero vive en este tiempo. Dentro de su "vida". Pero este hombre no acepta esta “vida”, con rabia la rechaza, sin embargo –como muchos- tiene que hacer la suya dentro de ella. Y entre puntadas de dolor ha venido construyendo el tejido de su vida a contrapelo de la “vida” de este tiempo.
Y este hombre debe viajar al exterior a ver a sus hijas. Así lo ha dispuesto esta sociedad, no él. Días antes hace tres llamadas importantes para su mundo interior: a Perucho, su hermano consanguíneo, a Igor, su hermano amigo, y a un viejo abuelo querido, que también la sociedad ha dispuesto que viva solo, aislado de sus seres queridos. Los tres tienen tiempo luchando para conservar su vida, o lo que queda de ella. Y este hombre viaja con la convicción de que a su regreso los encontrará, por lo menos tal como los deja. Durante el viaje, algunas risas humanas, las nubes blancas abrazadas, el azul del cielo y del mar que sobrevolaba, en algo mitigan la imagen de estos tres seres que se le antoja que quedan en su espera. Luego en tierra, los bosques secos y el invierno con sus nevadas, en su interior la ponen a invernar. Y transcurren tres meses y regresa, reviviendo la imagen de la invernación con pulso y latidos anhelantes de vida.
Al primero que llama, a su hermano Perucho. Le informan que está hospitalizado en “terapia intensiva”. Ya llevaba tres ingresos. Marcha a Carúpano a verle. Ya en la Clínica, a las 9 pm, pone sus manos en los hombros, y con amor le anima. Esto fue, 28/03, día domingo. Regresó al día siguiente, lunes 29, y conversan animadamente, entre bromas y chistes de hermanos. “Me dan de alta mañana, hermano” dijo, el martes 29, martes “santo”, día en que Jesús fue flagelado, y lo someten a burlas como “Rey de los Judíos”. Antes, lunes “santo”, es hecho preso en el Monte de los Olivos. Uno de los médicos, aseguró que superará la crisis del “infarto y de la insuficiencia cardíaca”. Con segura esperanza, quedó verle, ya en su casa. Y cuando a ella iba, jueves “santo”, en el camino le alcanza un viejo amigo de infancia, “Moncho” López, y le espeta: “me extrañó no verte en el entierro”. “¿Qué entierro?”, le respondió “¿no sabes que Perucho murió? Un “no”, automático, emitió. Y turbado, alcanzó oír de su amigo: “lo enterraron el miércoles”, “y qué bonito entierro…” Sin control, turbado siguió su camino. No sabía qué hacer… ¿”Ir hasta allá, ya para qué”?, soltó al aire.
Y luego de andar para allá y para acá, atinó otro camino, y se fue a mirar al mar…Y frente a la inmensidad verdeazul, a gaviotas y pelícanos revoleteando sobre barcazas, preguntó ¿”a donde fue a parar la seguridad que estaba mejorando”? ¿”Misterio de la vida”? El mar se encogió de hombros, y las gaviotas y pelícanos, siguieron en su oficio de pesca para ganarse la vida. Y terco insistió en preguntar frente a la inmensidad marina, ya descansando su mirar sobre el horizonte: ¿”y qué le paso a Perucho, qué le hicieron”? ¿”Por qué ahora está bajo tierra, pese a sus grandes ganas de vivir”? ¿”es esto parte del misterio de la vida que tanto se habla en Semana Santa”? ¿Era éste un misterio de Dios? Silencio, que el viento ahondó, y el mar siguió en el juego de su infinito oleaje. Al fondo, la canción del rodar de la arena.
Él siguió de pié, sus ojos aguados, y su alma un tanto vacía, incrédula, arrebatada por una honda rabia, mientras desfilaban imágenes: Jesús, lunes “santo”, hecho preso bajo los olivos. Martes “santo”, Jesús, “Ecce Homo”, amarrado a la columna. Y miércoles “santo”, entierran a Perucho, y a la noche, en procesión, el Nazareno sube al Gólgota, al calvario, con su cruz. Y la feligresía, adelante y atrás, en mar de oraciones, clamando solución a su sufrir, a su vida en permanente sacrificio. Y en esto anda desde “vida de Moisés” –solo por señalar un comienzo- hasta esta Semana mayor Santa 2010, la Pasión del Cristo, que si tomamos el actual modo de vida que ha venido dominando, habrá que concluir que este “peregrinaje” del sufrir humano continuará en una prolongación indefinida ¿Hasta cuándo este Cristo y esta Cruz? Ya Perucho allí no está, dejó esta procesión menesterosa, y se fue a otros lares con una gran interrogante a manera de cruz. Un largo “por qué”, como queja de cuerda rota de violín, se pierde en la cadena del eco, dejando en el aire una melodía que va a unirse a la de de las olas del mar en su juego con la arena. Y es que Perucho, a su manera, fue un gran luchador por la vida.
¿Igor? A su regreso de Carúpano hizo una llamada, un tanto aprehensivo, en alerta –sin querer queriendo, como suele decirse- Y una lacónica información le llegó: “murió el lunes, y lo enterraron el martes”. El teléfono levantado, quedó en el aire, hablando solo, mientras se oía el detalle de lo sucedido. El compañero, también, en esta faz de la tierra entregó su “testigo” de lucha. Aún se oye el rumor de su rastro como huella en el tránsito de su casa al hospital, a la terapia de radiación. Y deja grabado su grito de esperanza para otro corredor relevo, que sea más efectivo que su propia carrera por sostener la vida. Y eso que Igor combatió duro por sostenerla, mantenerse a flote. Pero no pudo, porque, entre otras razones, esta Sociedad no permite gestos de rebeldías que pretenda proclamar otra vida distinta a la que ella actualmente sostiene. Y como en el caso del hermano Perucho, esta sociedad, este tiempo, después del largo proceso de “engaños de supuestas mejorías y superación de la crisis”, pagado a alto precio económico y humano, en su alto representante, la Institución y la Ciencia médica, a última hora deja oír su lacónico informe médico: “no se pudo”, “murió porque sus daños orgánicos se hicieron irreversible”. Después, casi inmediatamente, la familia debe pasar por la Administración a cancelar la factura millonaria. Un hecho casi cotidiano, tan cotidiano que se va a pagar la “deuda” embutida en un grito de “estopa”, la quejumbre desolada.
Y en letanía de Semana Santa, la cruz sobre el Cristo, del centro del Templo se escucha decir: “todo es parte del misterio de la vida”, murió porque “así lo quiso Dios”, “así lo dispuso Dios”, “esa es la voluntad de amor de Dios”, “hay que resignarse”. ¿Será posible que exista algún Dios que disponga de la vida de otro? ¿Qué Dios de amor puede ser éste que “quiere” que alguien muera, “dispone” la vida para sustituirla por la muerte? ¿Cómo entender y definir este amor? ¿Todo queda reducido al Misterio de Dios? Si esto fuera cierto, si pudiera ser posible, la Ciencia del Derecho lo trataría como crimen. ¿Por qué la “fantasía” popular no se abre a la realidad? ¿Por qué solo flota sobre ella? Mientras, la Sociedad y sus Instituciones quedan encubiertas. Y frente al río de lágrimas, que balsaman las heridas, Perucho e Igor, impávidos, pero con los ojos abiertos por el asombro, escuchan el rosario de la letanía, y vuelven sus espaldas para continuar su camino, dejando entre las manos de los que quedan “vivos” sobre la Tierra, su espíritu de lucha y las inmensas ganas de vivir. Otros deberán tomarlos para preparar nuevos amaneceres, donde solo se oiga una sola letanía: la canción del hombre por la vida verdadera.
A este espacio, éstas páginas, solo le queda recoger de manos de Perucho e Igor sus ejemplos de vidas. Y en contra de su querer “admitir” la afirmación que ciertamente si se trata del “misterio de la vida”, pero de un Misterio de la vida de este tiempo, de esta Sociedad, el cual solo existe para justificar y mantener la muerte como ruptura, negación de la vida. El ejemplo de vida de Perucho y de Igor no forman parte de este Misterio de “puro” canto funeral. Si forman parte del Misterio del milagro de la verdadera vida, del milagro de vivir en amor y alegría, del asombro por el constante nacer y renacer de la vida que tanto vemos, probamos, sentimos en la floración de las estaciones: primavera, verano, otoño e invierno, que anualmente aún ocurre como manto protector sobre toda la Tierra. Y ambos, Perucho e Igor, fueron muestras vivientes de ellas. Entonces, aprendamos de ellos, y seamos capaces de trocar la lágrima en alegría
¿Y el viejo abuelo? Como compensación, para balsamar el espíritu interior maltrecho, este hombre -reafirmamos, que no es de este tiempo, pero vive en él-, irá pronto a verle, para oírle su cuento sabio sobre la dureza de esta vida, y de la contravida que la naturaleza opone. Y este abuelo, sentado sobre su silleta una veces, y sobre la hamaca otras, bajo la fresca enramada, cómo hace sus jugarretas para seguir adelante, y continuar oyendo el canto imitación del arrendajo, y del canto lejano de la paraulata, acompañado del flautín del azulejo.
Y de la silleta a la hamaca, bajo la enramada, y viceversa, entretiene su tiempo, tejiendo también el tejido de su vida: un cántaro del que hay que aprender mucho por la riqueza de su madeja. Seguramente, él como viejo abuelo, le ayudará a restañar las heridas, y a enseñarles las maneras de limpiar el camino para mejorar las formas de aprovechar este tiempo de vida, y dentro de sus ranuras, cómo irle construyéndole otra vida que niegue la que él ofrece. Frente al Misterio de la muerte, levantamos el otro “misterio” –como un vivir de “milagro” en “milagro”, de asombro en asombro en crescendo de alegría- de la verdadera vida que en ese camino pueda llegar a coronarse de una auténtica felicidad humana.
A ambos, Perucho e Igor, en sentido homenaje de amor, le dedicamos –le entregamos- La Oda de la Alegría, 4º movimiento, de la Novena Sinfonía de Ludwig Van Beethoven. Vuele sus espíritus, cabalgando sobres sus notas, a los corazones de los hombres.
La novena Sinfonía de Beethoven_ 4º movimiento
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