¿Por qué este
tiempo
siempre está conspirando
para romper el
amor?
En verdad, el amor
es su enemigo
y quiere borrar a
este tiempo
del tiempo universal
y ser
el único tiempo del
hombre
En un cielo lila de un atardecer el viento hecho poeta en los siglos por los
siglos nos deja sus versos: “El tempo allegro que dibujas/ cuando desatas tu alegría/ sobre la
inmovilidad de las certezas/ traza sobre el universo un canto/ que solo conocen
los astros”/ Y le pido al viento poeta que lleve este verso estrofa: quiero un Michelino componedor de “tempo
allegro” porque aspiro que me ofrenda parte de su fuerza dibujante como cincel
hecho de “tu alegría” para romper “esa inmovilidad de las certezas”, y juntos
entregar sus pedazos al Universo para que éste haga un amasijo y lo ate a la fuerza de la gravedad cósmica
para que nunca más haga daños ni a él, ni a Daniel, ni a Sebastián ni a
nosotros que les amamos. Y así, sueltos los cantos, el de él y el del Universo,
viajen en paralelos hasta los confines donde incesante se reinventa la vida, y
ambos, sean autores-protagonistas de esa reinvención de la vida.
Pero el viento poeta vuelve agitado, y en el cielo, ahora azul, suelta otros versos: “Tus párpados
un manantial/ de agua dúlcima capaz de enjugar/ la sal de todas las lágrimas”/
Y a este viento otra vez le pido que agregue esta prosa estrofa: quiero un Daniel con una capacidad infinita
de enjugar para que ayude al hombre hacer advenir otro tiempo de vida con otra
sal que enjugue todas las lágrimas, pero lágrimas de reales alegrías para
construirle a este hombre una alegría mayor en crescendo permanente. Y este
hombre, que ya es el del porvenir, es el mismo Daniel, Michelino, Sebastián y
nosotros que les amamos infinito.
Y también, junto a Sebastián, quiero a
Daniel, con esa valentía de “Cuando un dardo tropieza tu fragilidad/ de tu
ternura te hospedas en el silencio/ y te acunas en la memoria de un regazo/ al
que le robaron la danza de tus ritos”/, para que al igual que Michelino me haga
su ofrenda que sume fuerzas a mis fuerzas para hacerme capaz de rasgar los velos
que esconden a la decrépita religión, que en el tiempo –en siglos por siglos- ha
causado, y sigue causando tantos daños al hombre, y dejar al desnudo a sus
dioses, con su séquito de mesías, sacerdotes y pastores, para que el mundo les
conozca tales cuales son: gestores en la tierra de los males del hombre. Y
juntos, también entregárselos al Universo para que sean fundidos en otro
amasijo mayor, y lo ponga a girar en una eterna e inerte elíptica en torno a
una “estrella” enana eternamente muerta.
Y ya recluido esta corte de sombras
entre las sombras, podemos de ese “silencio” y “memoria de un regazo”
dispararnos en torbellino de fuerzas para que de una vez adquiramos la
condición de “buscadores de luceros” dentro del corazón del hombre, que le
apaguen las antorchas tenebrosas de la religión y de sus dioses, y extirpen
todo asomo de odio que otros hombres de este tiempo le anidaron, y nunca más
haya el robo de “la danza de tus risos”. Y al fin, limpiado el corazón del
hombre, construyamos la sociedad de hermanos tan aspirada.
Y entonces, viento poeta, concluido estos combate por la vida, ahora si, ser siempre
el Orfebre “del alma que cincela/
milagros sobre el anverso de los/ días rotulados por los otros”/ Y de
esta manera, hacer advenir los amaneceres que borran estos “días rotulados”, y
se convierten en días-tiempo para la permanente recreación de la vida. Y de una
vez por todas, contra las máscaras de la tragedia y comedia de este tiempo,
conquistemos la real felicidad, y hagámonos hombres humanos para que nunca más
vuelva este tiempo. Y esta acción histórica pasa necesariamente por la
fundación de la verdadera historia humana del hombre que hace extinguir a la
actual historia positivista, justificadora de los males del hombre que encubren
las religiones y dioses.
Y así, Sebastián, Michelino, Daniel, y
con ellos, también nosotros, podremos reconstruir el amor que siempre nos una,
con una religión de y para el hombre, como el único creador sobre la Tierra, y
lleguemos a ser, lo que siempre hemos querido ser, y para lo que hemos nacido,
y estamos sobre esta Tierra: hermanos, hijos y padres, verdaderamente humanos y
completos, indisolublemente unidos en el amor. Y definitivamente, despojados de
esta cuasi vestimenta a la que en
esta historia fuimos obligados vestir. Y ahora sí, ser ese “azulejo que acampa
en el interior/ del libro de la vida”/