Y al mundo vino un hombre que dijo llamarse El Quijote que “no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer. Y sin dar parte a persona alguna (…) una mañana (…) se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento y alborozo” (Fragmento del CAPITULO II, pág. 84, Obra Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra).
martes, febrero 17, 2009
MANIFIESTO II
Salvador Dalí
Y al mundo vino un hombre que dijo llamarse El Quijote que “no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer. Y sin dar parte a persona alguna (…) una mañana (…) se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento y alborozo” (Fragmento del CAPITULO II, pág. 84, Obra Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra).
Y al mundo vino un hombre que dijo llamarse El Quijote que “no quiso aguardar más tiempo a poner en efecto su pensamiento, apretándole a ello la falta que él pensaba que hacía en el mundo su tardanza, según eran los agravios que pensaba deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer. Y sin dar parte a persona alguna (…) una mañana (…) se armó de todas sus armas, subió sobre Rocinante, puesta su mal compuesta celada, embrazó su adarga, tomó su lanza y por la puerta falsa de un corral salió al campo, con grandísimo contento y alborozo” (Fragmento del CAPITULO II, pág. 84, Obra Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra).
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