miércoles, noviembre 11, 2009

EL POLLITO AMARILLO














¿Estámos viviendo un tiempo de "apocalipsis"? Vamos a contar lo que le sucedió a un pollito amarillo y a sus congéneres...
Pero lo más importante, después de vivir la experiencia, son los cambios que experimentan sus vidas. Y porque siempre ha de continuar la vida en cualquiera de sus escalas, es muy aconsejable tener en cuenta el cómo debe continuar. Siempre en el hombre, en nosotros, está -y estará- el modo de desarrollar ese cómo. Y debe acertar porque en ello le va el destino de su propia vida. Y en eso aún se anda. El conjunto de imágenes de Alexander Calder -y con el cual ilustramos este cuento- le sugieren un mundo de posibilidades. Y en verdad, este cuento, nos sirve de "pretexto", para exponer una pequeña muestra de sus obras. Al lector le entregamos este mundo de posibilidades.




Y una canción en voces de niños sobre rieles de colores suelta sus tonadas. Y todo el que quiera podrá aprender de la moraleja de este cuentico que narra lo que al pollito le llegó a suceder. Y el canto, libre, se suelta, montado sobre el viento…

“la rueda, rueda que rueda, la rueda va, rueda que rueda va, y me monto en esta estrella que viene, y en esta otra que va…la rueda, rueda que rueda, que rueda y va…la estrella que viene, y la estrella que va…quédate niño, no te vayas más, quédate, quédate, niño no te vayas más…”

Y bajo esta tonada la rueda, alegre va, sigue sin parar como también lo hacen las estaciones primavera, otoño, invierno, verano, repitiéndose incesantemente para dar alegría a la vida sobre la tierra. Y así despunta un nuevo día.



Un día, claro de sol, pasa de brillo que deslumbra a noches que invitan al descanso. Y cuando esto ocurre, el sol da por terminado la jornada de ese día. Durante este andar por el cielo, él va repartiendo luz, calor y energía para alimentar a todos los habitantes de la Tierra y darles la vida. Y luego viene la noche, con sus lunas vistiéndose y desvistiéndose en gajos de luz que también contribuye con el sustento de esta vida. Y con este trabajo del sol en el día y con el de la luna en la noche, los dos producen todo un vivir que reverbera sobre la faz de la tierra como si fuera mitad milagro mitad asombro. Y como la rueda que nunca para, también el sol y la luna nunca paran en este incesante y repetido trabajo creador. Así sostienen la vida.



Y durante este recorrido, del día a la noche, el sol y la luna van vistiendo de luces y sombras a cada habitante. Y de sus cuerpos brotan sombras al frente o a la espalda cuando están delante o detrás. Al caminar o correr, caminan y corren con nosotros. Y cuando están sobre nuestras cabezas las sombras se achican como niños enredadas entre nuestras piernas. Nunca nos abandonan. Para donde vamos ellas también van. Y en este juego nos agrandamos o nos achicamos. Las nubes del cielo ayudan, tapando o destapando al sol o a la luna. Y esto causa mucha diversión. Y el pollito amarillo que empieza a dar sus primeros pasos después de su feliz nacer es uno de los más entusiasta. Como hace piruetas para ver a sus sombras hacer lo mismo. Juego de luces y sombras que animan la vida sobre la Tierra.







Y de improviso ocurrió que en este pasar de luz a sombra y de sombra a luz, el pollito sintió que algo caía sobre su cola, y creyó que eran hojas desprendidas de lo alto de un árbol, bruscamente bailoteando sobre su corto plumaje, que lo hizo sobresaltar, asustarse. Y sin pensarlo dos veces, desparrama su grito: ¡El cielo se está cayendo, se cae el mundo!

Y la noticia como un vientillo en veloz remolino, sacude a todos los habitantes del prado verde y del bosque, y hasta encabrita al río, en los brincos de sus peces.







El loro, y la guacamaya en sus gritos a todo pulmón, la recoge y la extiende a todo el bosque, y la guacharaca con sus graznidos secos, en alto parloteo sonoro, la hace penetrar a todos los íntimos rincones, hasta los escondrijos bajo la hierba donde viven grillos, gusanitos, lombrices de tierras, y un sinfín de pequeñines. Y hasta la tajadita de agua en la orilla de la laguna, recién renovada por el invierno, donde habitan los sapos y sus sapitos, revoletean cocuyos y luciérnagas, y allá en aquellos jardines de flores donde danzan las abejas y tejen sus capullos las mariposas.









Monos, tigres, leones, zorros, elefantes, conejos, canguros, ardillas, gatos y perros, aves y peces, en bandadas y manadas. Todos, grandes y pequeños, en gran alboroto corren de un lado a otro, tratando de ponerse a salvo, pero sin dejar de salvar y guardar las pertenencias de sus hogares. Y hasta la tortuga de tierra, en asombro, le gana la carrera a la liebre, para llegar primero a la madriguera.


Y llegada la tarde, y anunciándose la noche, los cocuyos y luciérnagas, en volar y revolar, con sus lucecitas intermitentes, más intensa que nunca, todo lo iluminan para que cada quién sepa done ir, por donde salvarse, a donde guarecerse, mientras dure el “terremoto” creado por el grito estridente del pollito: ¡el cielo se está cayendo, se cae el mundo!, y que repite cada vez más alto el eco que va y viene, del prado al bosque, y del bosque al prado. Y el loro, la guacamaya y la guacharaca no cesaban en repetirlo.

Pero en medio del susto, no olvidan proteger y guardar a sus niños y viejitos, en sitios seguros donde ningún pedazo de cielo y de mundo puedan caerles encima, como al pollito amarillo que sí cree que le cayó sobre su colita, y que por tal hecho, con gran susto y alboroto, lanzó su grito: ¡el cielo se está cayendo! ¡el mundo se cae!


Y pasa el tiempo, algunos minutos, suficiente para que terminara de caerse a pedazos el cielo y el mundo. Y pasados los gritos, y sosegados un tanto el susto, se hace sentir un hondo silencio, y hasta la respiración se le mantiene retenido. Pero, tranquilizados un poco, empiezan a percibir, el susurrar del viento y del rio, los mismos que siempre han escuchado, de día cuando trabajan, y de noche, cuando descansan o duermen. Y se dicen uno a otro: “pero el viento no ha cambiado”, “y el rumor del río sigue corriendo”, y “vean las nubes siguen en sus viajes”. Y poco a poco miran fuera de sus escondites, y perciben el mismo sol de sus días. Sin embargo, aguardan la noche, y es la misma, con su luna corriendo, arriba, en el cielo. ¿Será que ya se terminó de caer el cielo, ya se cayó el mundo”?, se preguntan unos a otros.










Y lentamente, empiezan a asomar sus cabezas, sus cuerpos, hasta terminar de salir en forma completa. Y con asombro, ven que todo sigue igual. Todo está en su sitio. Y la tortuga de tierra, se atreve preguntar… ¿Y dónde están los pedazos caídos? Y el viento que por allí pasaba, se detiene un poco, y a su vez, repregunta: “¿cuáles pedazos? ¿pedazos de qué?”...Y la tortuguita de tierra, ya entre la duda y la curiosidad, tartamudeando…”pues…pues los pedazos de cielos, los pedazos de mundo”, mirando a su alrededor. El viento, perplejo, sin entender nada… ¿y que le estará pasando a la tortuga?, sigue su viaje, a sus ocupaciones de agricultor.



Todos ya sosegados, incrédulos miran y remiran a todos lados, y todo lo miran igual como siempre ha estado. Y sin que nadie se lo propusiera, sus miradas empiezan a converger en una sola, una mirada interrogante en dirección hacia el pollito. El pollito también mira y remira, y sintiendo la mirada de todos sobre él, va cayendo en cuenta que todo sigue igual: no hay pedazos de nada! Solo el prado verde, el susurro del rio, la brisa jugueteando entre el ramaje verde, y arriba, el sol esparciendo su calor benefactor. Y esta vez, en verdad, el pollito siente que todo se le viene encima, y un tanto azorado, abre sus alitas y muestra su ingenuo pecho, al tiempo que tímidamente revoletea su intacta colita.

Ellos, comprenden el embarazo del pollito, entonces, desarrugan el seño, se encogen de hombros, y dan la espalda para cada quien marcharse a sus ocupaciones, y seguir la vida de siempre. Pero antes dejan caer sus palabras, en la voz del abuelo buho, suficientemente altas como para que el pollito las pudiera oír: “Ya él aprenderá que eso siempre sucede con el paso del sol durante el día y con la luna durante la noche. Es un simple juego de luz y sombras que pareciera que aumentan o disminuyen nuestros cuerpos. Cuando lo comprenda ya no se sorprenderá ni se asustará más” Y todos estuvieron de acuerdo con el buho.


Pero, pasado un poco el embarazo, el pollito en rebeldía ripostó: y ¿entonces, por qué me siguieron? ¿Por qué hay que seguir a otro, en lugar de oir la voz de la experiencia? ¿Por qué no usaron el conocimiento, el saber adquirido? Los otros detuvieron su marcha, y voltearon a ver al pollito. Y entendieron que el pollito tenía razón. También ellos cometieron error. Y ya con la lección en sus mentes y corazones, continuaron a sus ocupaciones.

Todos reflexionaron sobre lo sucedido. El pollito entendió, y también ellos, que habían actuado sin antes pensar. Que habían seguido al mandato del miedo, del terror y fundamentalmente de la ignorancia: se dieron cuenta que empezaban a vivir, pese a que son animales -y no olviden que el hombre también lo es- de espaldas a la naturaleza. Y tenían que vivir con ella y dentro de ella. En fin, habían actuado bajo la guía de la violencia. Y motivado, y muy en sus adentros, se prometieron, juraron cambiar, volver, como antes, en cuerpo y alma, a los brazos -las leyes- de la naturaleza, a su amor, belleza y solidaridad.







Entonces, el pollito aprendió: simplemente fue un juego de luces y sombras que caían sobre él, haciéndo que se agrandaran o achicaran según el correr del sol o la luna en el cielo, y él dentro de ellas. Y erroneamente, llegó a creer que eran pedazos de cielo que le caían, y el mundo se derrumbaba. Aprendió que lo sucedido -y sucede todos los días- es una manifestación de la naturaleza.
Y el susto no fue en balde, por que algo de provecho se sacó, del acontecimiento se aprendió. Y vinieron cambiós en sus vidas. Y ya olvidado el suceso -pero no la lección-, ahora viven en mayor convivencia, con más solidaridad. Y el amor, el trabajo, la alegría y la libertad se redoblan en sus corazones: su sociedad animal se hizo más fuerte para un mejor vivir.